La reproducción asistida y la genética son campos de la ciencia médica que, en los últimos años, están mostrando una evidente convergencia, tanto en aspectos teóricos como prácticos.
Uno de los últimos avances en genética, de trascendencia mayúscula y en el que ha participado el microbiólogo español Francis Mojica, ha sido el denominado CRISPR (Clustered Regularly Interspaced Short Palindromic Repeats; Repeticiones Palindrómicas Cortas Agrupadas y Regularmente Interespaciadas), una técnica que permite accionar mecanismos de reparación del material genético en embriones humanos y que, precisamente, se activan al utilizar una técnica habitual en reproducción asistida: la ICSI (inyección intracitoplasmática), un procedimiento de laboratorio por el que se introduce un espermatozoide, previamente seleccionado, en el óvulo mediante microinyección.
Esta técnica, en definitiva, permite la “edición genética”, es decir, la corrección de defectos genéticos antes del nacimiento, eliminando, de forma selectiva, secuencias de ADN del genoma de cualquier célula (como aquellas que predisponen al individuo a sufrir determinadas enfermedades, algunas de carácter hereditario).
En relación a lo anterior, ya se viene utilizando el Diagnóstico Genético Preimplantacional (DGP) como técnica de alta fiabilidad y eficacia para detectar alteraciones genéticas y cromosómicas en el embrión antes de que éste sea transferido a la madre mediante técnicas de reproducción asistida. El DGP –sobre el que yo misma he hecho consideraciones en este mismo espacio a propósito del uso y abuso a veces innecesario, quizás motivado por razones alejadas de la lógica clínica– es, indudablemente, una herramienta fundamental para poder seleccionar aquellos embriones sanos que evolucionarán a un recién nacido vivo. Es decir, un avance indiscutible de la medicina, tan indiscutible como lo será la técnica de edición genética CRISPR. Ambas dos, viables y factibles gracias a la aplicación de técnicas propias de la reproducción humana asistida.
Sin entrar en los aspectos éticos de este tipo de técnicas –que deben ser considerados y valorados en su totalidad, haciéndolos compatibles con los aspectos clínicos que mejoran la vida de las personas– considero esencial que la medicina reproductiva y la genética médica profundicen sus campos de actuación, sigan explorando sinergias y amplíen el terreno de la investigación desde una visión compartida de las necesidades, las demandas y los objetivos que ambas disciplinas comparten. Las generaciones futuras, nos lo agradecerán.