La medicina, en general, no es una ciencia exacta. La medicina reproductiva, en particular, aún menos. Nuestra especialidad tiene siempre un margen de incertidumbre que, a través de innovación, experiencia, estudio e investigación, vamos acotando progresivamente. Sin embargo, como se suele decir de forma muy ilustrativa, dos más dos no siempre son cuatro. Lo cierto es que, viendo el lado positivo de esa incertidumbre, en el campo de la reproducción asistida observamos un número nada despreciable de resultados que contradicen las estadísticas. Me estoy refiriendo a aquellas mujeres que a partir de los 40 años son madres con sus propios ovocitos, a pesar de las dificultades objetivas de este hecho.
La realidad y la estadística son contundentes: según avanza la edad de la mujer, disminuyen las tasas de embarazo –y de recién nacido vivo y sano– como consecuencia de la disminución de la reserva ovárica, de la calidad ovocitaria y del aumento de las alteraciones genéticas. El punto de inflexión más determinante respecto a lo dicho –y que está más que avalado por múltiples estudios– está en los 40 años, momento en el que se aprecia un descenso muy notable en las posibilidades de embarazo. Tanto es así que algunos estudios han fijado los 44 años como una edad frontera a partir de la cual cualquier tratamiento FIV es considerado “inútil”.
Sin embargo, y apelando a esa inexactitud de nuestra ciencia, todos los especialistas en medicina reproductiva conocemos casos de mujeres que en edades como las reseñadas han logrado un embarazo a término y alumbrado un bebé sano. Estos casos deben hacernos reflexionar en un doble sentido:
- Cada paciente tiene su propia circunstancia y debe abordarse su problemática de forma individualizada. Para cada paciente, un diagnóstico; para cada diagnóstico, un tratamiento.
- Las mujeres deben ser informadas de las posibilidades reales en función de su edad pero, también, apoyadas y asesoradas en su deseo de ser madres: sin renuncias apriorísticas ni propuestas quiméricas. Información, asesoramiento y libertad de elección.
Además, existe una casuística identificada que no tiene por qué responder a la estadística (a pesar del factor edad), por lo que sería razonable intentar un tratamiento FIV y no descartar, de entrada, la posibilidad de un embarazo con óvulos propios. Nos referimos a:
- Mujeres sin pareja que no han estado expuestas al embarazo por múltiples motivos.
- Mujeres con pareja que, por distintas causas –ausencia de espermatozoides en el eyaculado, obstrucción de trompas o dificultades para las relaciones sexuales: vaginismo en la mujer o alteraciones eréctiles en el varón–, no han tenido ocasión de estar expuestas al embarazo.
En todo caso, la realidad social de nuestro tiempo está condicionando a las parejas en su proyecto de vida, de tal manera que se asume como natural el retraso en la maternidad/ paternidad aceptando por ello las dificultades biológicas que esto acarreará en el futuro a la hora de “ir a por el niño o la niña”. En este sentido, sería muy positivo informar a la opinión pública de alternativas como la vitrificación de ovocitos en edad fértil como respuesta a una realidad económica y social que confronta con la realidad evolutiva natural de la mujer