“No encuentro mucha diferencia entre donar para salvar una vida y donar para crear una nueva”, dice Silvia, estudiante universitaria donante de sangre, y quiere ser donante de médula. Su sensibilidad y carácter altruista no solo la ha llevado a estudiar Medicina, sino también a ser donante de óvulos. Son varias las razones por las que las jóvenes deciden inclinarse a vivir esta experiencia, pero en el caso de Silvia pesó sobre todo “ver lo que pasó mi hermana para conseguir ser madre”.
Lo primero que destaca Silvia es la diferencia que hay entre lo que se piensa desde fuera sobre la donación de óvulos y lo que realmente significa. “Tenía entendido que las clínicas elegían a las donantes en función de las preferencias de los futuros padres, una creencia totalmente falsa”. Efectivamente, en España las donantes han de guardar un parecido fenotípico con la futura madre y ser compatible. Es decir, la elección de la donante nada tienen que ver con ser guapa o tener el bachiller, como afirman erróneamente algunas personas. Lo que sí es necesario es tener salud física y psicológica, y no ser portadora de alguna enfermedad genética.
Una importante consideración que resalta Silvia es el trato recibido. La amabilidad del equipo del centro de fertilidad, sensibilidad de trato, o la transparencia a la hora de disipar sus dudas, fueron fundamentales elegirlo. “Me realicé las pruebas con mucha emoción, concienciada de que estaba dando los primeros pasos para que una vida pudiera generarse y para que una pareja, que padece por no poder tener hijos, podría resolver este sufrimiento”.
Los resultados fueron excelentes y Silvia inició el proceso. “En mi caso todo fue sobre ruedas, y salió muy bien, así que volveré a donar cuando me necesiten. Fue una experiencia diferente y enriquecedora; siempre que pueda ayudar de alguna manera, lo haré”.
Bea fue receptora de óvulos y dice que desea contar su experiencia por si puede servirle de apoyo a alguien. Su marido y ella postpusieron la paternidad primero por la inestabilidad económica, y después por distintos avatares de la vida.
Bea realizaba regularmente sus revisiones ginecológicas sin problemas, pero una serie de desarreglos menstruales le hicieron acudir a consulta, y el diagnóstico le cayó como un jarro de agua fría. No podía creerlo porque era joven y no había razón para no poder quedar embarazada. Esta circunstancia fue el detonante para que la pareja se decidiera a buscar el embarazo. Se sucedieron muchos meses, y de repente se pusieron en los 40 años sin conseguirlo: “Nos dimos cuenta de que habíamos perdido tiempo, y se nos cayó la venda de los ojos, así que decidimos buscar ayuda”.
Después de un estudio de fertilidad, el diagnóstico fue claro: “si queríamos ser padres debíamos recurrir a la ovodonación”. Fue entonces cuando se encontraron en una situación muy común: rabia, tristeza, dolor, dudas, incertidumbre…
“En una de mis noches de insomnio, dándole vueltas al tema, me hice la siguiente reflexión: si estuviera enferma del hígado, o del riñón, y necesitase de un trasplante, ¿me negaría o diría que sí y decidiría seguir viviendo? Sin duda diría que sí. Entonces, ¿por qué decir que no a aceptar una pequeña célula que puede ser un todo para mí?
Así fue cómo resolvieron este problema que había instalado la angustia en sus vidas. Bea dice que ya ha pasado y contándolo sueña fácil, pero no es así, es un camino muy duro. Bien sabe que se sufre, se llora, se padece decepción y desaliento, pero continuas adelante porque es lo que hay que hacer para tener lo que más deseado, hasta que el día que llega el +. “Y aunque sigues con miedo, ya no temes a que no se parezca a ti, sino, como cualquier otra embarazada, a que evolucione bien y se desarrolle en tu vientre sano y fuerte”.
El hijo de Bea y Tomás nació sano y precioso, y hoy tienen la familia que soñaron. “Nos acompañamos en esta experiencia que nos aportó coraje y fuerza, y ahora disfrutamos del presente viendo cómo crece Alberto, saboreando las satisfacciones que nos regala cada día. Sin duda, esta ha sido la mejor decisión de nuestra vida, y viviremos siempre agradecidos a esa joven anónima que donó sus óvulos para que naciera nuestro hijo. Admiramos su solidaridad y su valiosa entrega; esa chica es nuestra heroína”.