Quizás esta pregunta es una de las más planteadas por nuestras pacientes en nuestro día a día como especialistas en Reproducción Asistida: “Doctora, si todo está bien ¿por qué no me quedo embarazada?”
No es raro encontrarnos en la consulta a una mujer, que, por circunstancias personales, profesionales u otras, se plantean la maternidad a una edad que nada tiene que ver con la edad en la que nuestras abuelas y bisabuelas tenían su primer hijo. Con revisiones ginecológicas normales, que se cuida por mantenerse joven y saludable, una mujer independiente y profesionalmente realizada. En otras palabras: “Todo está bien”. Es difícil y comprensible no entender en esas circunstancias que la gestación no sea fácil de conseguir.
A todo esto, se añade la “normalidad” con que hoy en día se asume que haya mujeres que deciden se madres en el momento que consideran más adecuado de su vida sin tener en cuenta la edad en la que se encuentran y sin ser conscientes que la evolución de nuestros óvulos no se puede dirigir de igual forma.
¿Y por qué los óvulos ya no son iguales, por qué embarazan menos, aunque todo esté bien?
El papel de la genética
Existe algo muy importante y que marca en gran medida la viabilidad para que un ovocito resulte fecundado y pueda derivar en un embrión sano que nos dé como resultado un recién nacido saludable. Hablamos de la genética. El material que va a contener toda la información que nos transmiten nuestros padres y que es característico de cada individuo. Nuestro ADN o genoma viene empaquetado en unas estructuras que llamamos cromosomas. Esto es lo que constituye lo que llamamos el cariotipo, que en la especie humana está constituido por 46 cromosomas emparejados dos a dos.
Cada una de las células que componen nuestro cuerpo debe tener ese número concreto de esos cromosomas, es decir, 23 parejas, incluidos los cromosomas que determinan el sexo. Así mismo, el embrión deberá tener esta información genética.
¿Cómo se constituyen los cromosomas en el embrión?
Para ello, cada gameto, tanto el óvulo como el espermatozoide, deben de transmitir sólo una copia de cada cromosoma, de tal forma, que el embrión llegará a tener las 23 parejas de cromosomas, una originaria de la madre y otra, del padre.
Tiene mucha importancia los hábitos de vida y el ambiente: una alimentación saludable, realizar ejercicio, evitar el tabaco, el alcohol, los contaminantes…
De forma fisiológica, a partir de los 35 años y a medida que nos acercamos a los 40 años, el ovario de la mujer empieza a experimentar cambios. Como consecuencia de ello, muchos óvulos pueden tener una dotación incorrecta de los cromosomas que tendrían que transmitir y, por tanto, muchos de esos óvulos no serán fecundados, y si lo son, en muchas ocasiones darán lugar a una gestación no evolutiva o a gestaciones que podrían tener alteraciones en el número de cromosomas, por ejemplo, el síndrome de Down o trisomía del cromosoma 21.
A ello hay que añadir los cambios experimentados sobre ese ADN. Puede que no haya una alteración en la cantidad de copias de los cromosomas, pero sí en la forma de expresarse. Es lo que denominamos la epigenética, palabra de origen griego que significa “por encima del genoma”.
Epigenética: el contexto importa
Thomas Jenuwein, científico alemán, lo explica de esta manera “La diferencia que existe entre genética y epigenética se puede comparar con escribir y leer un buen libro. Cuando este ha sido escrito (todos los genes que esté almacenado en el ADN) será el mismo en todas las copias que se logren distribuir. Sin embargo, cada persona que lo lea puede interpretar la historia de manera diferente. De modo parecido, la epigenética puede permitir diferentes interpretaciones del mismo código genético, y puede resultar en diversas lecturas, dependiendo de todas las condiciones en la que se interprete el molde”.
En este sentido tiene mucha importancia los hábitos de vida y el ambiente: una alimentación saludable, realizar ejercicio, evitar el tabaco, el alcohol, los contaminantes… Todo ello intervendrá en el epigenoma del embrión y del futuro recién nacido.
La epigenética puede permitir diferentes interpretaciones del mismo código genético, y puede resultar en diversas lecturas
La dieta es uno de los factores ambientales más estudiados que influyen en el epigenoma. Los seres humanos metabolizamos los nutrientes de los alimentos y así, obtenemos moléculas, como, por ejemplo, los grupos metilo. Estos grupos metilo son una de las moléculas que utiliza la epigenética para modular el ADN, produciendo la activación o supresión de determinados genes.
Sabemos que la nutrición, el ambiente y el envejecimiento afectan al patrón de metilación de ADN en nuestras células, incluyendo los óvulos. Parece que esos cambios en la metilación del ADN relativos a la edad podrían contribuir al deterioro de la calidad de los óvulos, y por tanto afectar al desarrollo de los embriones o de la placenta.
Las moléculas secretadas por la madre pueden afectar al desarrollo y a la salud del futuro hijo, tanto física como psíquica. Por ello, a veces, nos sorprendemos con el parecido entre madres e hijos nacidos de donación de ovocitos, donde cada vez está más presente el papel de la epigenética.