Los profesionales médicos que desarrollamos nuestra labor en el campo de la medicina reproductiva no tenemos por costumbre distraernos de aquello que debe ser nuestra tarea fundamental: atender a nuestros pacientes, esforzarnos para mejorar su calidad de vida y contribuir, desde la técnica, la experiencia y el talento, en la consecución de unos objetivos compartidos: que aquellos que acuden a nosotros puedan ver realizado su mayor anhelo, ser padres.
Sin embargo, nos vemos obligados a responder a ciertos mensajes que buscan deslegitimar nuestra tarea y distorsionar nuestra función social. Está empezando a ser habitual en la tradición navideña patria que el obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, cargue cada año, por estas fechas y con injustificada dureza, contra nuestra especialidad médica: la reproducción humana asistida.
En su “carta semanal”, un texto de carácter público que suele tener buena acogida mediática cuando está trufado de exabruptos y acusaciones impregnadas por la ideología, puede leerse que «un hijo tiene derecho a nacer del abrazo amoroso de sus padres» y no a través de «la ciencia tecnológica», que «permite conseguirlo en la pipeta del laboratorio”; o considerar las técnicas de reproducción humana como un “aquelarre químico de laboratorio”. Esta es una muestra de la agudeza intelectual del señor obispo y de sus reflexiones, que pretenden estigmatizar a determinados colectivos –en este caso los profesionales de la medicina reproductiva– a los que les atribuye una naturaleza brujeril o demoniaca. No señor, no somos ni brujas ni demonios: somos médicos y ayudamos a las personas.
Desde la Unidad de Reproducción del Hospital Moncloa, y sin pretender entrar en el terreno íntimo y personal de la ideología, los valores y las creencias de cada cual, sí queremos hacer una defensa de nuestra especialidad médica y de nuestro trabajo porque en él se condensan muchos aspectos que contribuyen a la felicidad de las personas.
Quienes nos dedicamos a ayudar a miles de mujeres y hombres a ser madres y padres, no sólo estamos contribuyendo a crear una nueva vida sino a la felicidad de aquellas personas que por razones fisiológicas –en el más amplio sentido del término– no pueden ser madres y padres. Nuestra asistencia médica y técnica permite –sin contravenir cuestiones éticas– dar forma a una realidad que no debería ser arrebatada a nadie que quiera vivirla: la maternidad. Si la medicina y la técnica permiten, en estos tiempos, ofrecer respuestas a lo anterior: ¿por qué renunciar a ello?
Pocas profesiones ofrecen un retorno tan satisfactorio al trabajo realizado como ver la reacción de un hombre o una mujer cuando se les dice que van a ser padres.