En mi dilatada experiencia en el campo de la medicina reproductiva he podido comprobar el salto cuantitativo y cualitativo que nuestra especialidad ha experimentado, casi de forma exponencial, en la última década. Esta realidad ha supuesto innumerables beneficios tanto en aspectos técnicos y de innovación como farmacológicos que se han visto espoleados, además, por el contundente incremento de la demanda de tratamientos de reproducción asistida. Los resultados positivos han sido evidentes: hoy existen más posibilidades de que mujeres y hombres con problemas de fertilidad puedan ser madres y padres.
Sin embargo, conviene aclarar que en ésa dinámica de excelencia en la que se encuentra la medicina reproductiva, existen claroscuros que pueden desvirtuar la percepción del paciente respecto a cada una de las técnicas de reproducción asistida. En este sentido, apunto algunos ejemplos.
La denominada mini-fiv –también llamada soft-fiv o FIV suave– es un concepto que parece ser tendencia en nuestra especialidad desde una perspectiva mediática y publicitaria, lo que genera confusión en las pacientes que, en muchos casos, entienden este tratamiento como una especia de FIV “low cost”. Conviene aclarar que estamos ante una estimulación ovárica de baja intensidad, es decir, en la que se somete a la paciente a un ciclo con menos medicación hormonal. Esto implica que se obtendrá un número reducido de ovocitos .Se afirma que se reducen riesgos en la estimulación ovárica y que es más barata, obviedades que pretenden elevarse a categoría de valor añadido. Una baja estimulación ovárica es algo que se hace en función de las características de la paciente y del diagnóstico de infertilidad que presente. En esto debe actuarse como en farmacología: buscar la dosis mínima efectiva, optimizar resultados. Si sometemos a la paciente a una mini-fiv con un cuadro que requiere una estimulación mayor para obtener resultados sólo porque “es más barato”, no estamos siendo honestos con ella; estamos ofreciendo la posibilidad de un resultado improbable en base a un menor precio. La estimulación ovárica debe hacerse para optimizar al máximo el ciclo y cualquier profesional sabe que el riesgo de hiperestimulación está relacionado con un tipo de pacientes cuya idiosincrasia hace que, a pesar de usar bajas dosis, tiendan a ofrecer respuestas exageradas, no explicando que actualmente este riesgo es prácticamente inexistente. En definitiva, ofrecer una mini-fiv por criterios económicos es garantizar que la rentabilidad en términos de posibilidades de embarazo decrezca en todo el proceso ofreciendo a la paciente, en todo caso, “mini-resultados”.
Otra de las posibilidades que se ofrecen de forma masiva es el PGS (Preimplantational Genetic Screening) sin atender a las causas que motivan la aplicación de esta técnica, utilizada, principalmente, cuando se producen abortos de forma repetida o problemas recurrentes en la implantación y que tiende a confundirse con el DGP (Diagnóstico Genético Preimplantacional), utilizado para detectar alteraciones cromosómicas y enfermedades de tipo hereditario. Conviene precisar que ambas técnicas implican una biopsia del embrión, Por tanto, cabría preguntar si una paciente con embriones sanos debe ser objeto de esta técnica por defecto –o porque se le ofrezca una información incompleta que oriente una respuesta afirmativa– si no existe una razón “genética” –o de las anteriormente mencionadas– que lo justifique.
Otra reciente innovación terapéutica controvertida –y con un elevado coste económico– es la utilización de la inmunología mediante “vacunas antipaternales” o inmunoglobulinas intravenosas (IGIV), cuyo uso no pudo ser defendido en el último Congreso de la Sociedad Española de Fertilidad por aquellos especialistas que las utilizan.
También estamos observando la revitalización de ciertas técnicas de reproducción asistida que se han demostrado débiles en sus resultados o, como mínimo, no garantizan que éstos vayan a ser mejores que las técnicas habituales. Me estoy refiriendo, por ejemplo, al sistema INVO, también conocido como “mamá incubadora”, en el que en el interior de un dispositivo (una cápsula) se introduce la muestra espermática con el óvulo y se mantiene dentro de la vagina de la paciente durante tres días. El método es más económico, a costa de eliminar la posibilidad de realizar un seguimiento al desarrollo embrionario en laboratorio –reduciendo las posibilidades de una mejor selección embrionaria–, genera molestias en la paciente e implica un mayor número de visitas a la clínica. En este caso, una vez más: menos coste, menos probabilidades.
Y en esta línea de productos o servicios que ofrece la reproducción humana asistida en el sector privado, podemos ver otros ejemplos más peregrinos como el “tampón musical”, un dispositivo que se introduce en la vagina y emite música durante el proceso de fecundación en la tesis de que la vibración que emiten las ondas sonoras estimula la fecundación.
Por lo general, todas las técnicas, pruebas y dispositivos citados se presentan ante la opinión pública con una importante inflación de efectividad y rodeados de medidas dosis de mercadotecnia que opacan la transparencia informativa que todo paciente debe recibir a propósito de las múltiples técnicas que mejor se adecúan a sus características; y todo ello conciliando el criterio médico, los deseos de la paciente y el coste del tratamiento.